sábado, 11 de enero de 2014

LAS CUATRO VERDADES DE BUDA


LAS CUATRO VERDADES BUDISTAS

El budismo es una filosofía peculiar desarrollada en el norte de la India por Siddharta Gautama, conocido como el Buda, alrededor del siglo V antes de Cristo. Buda no es considerado bajo ningún aspecto como un dios. Tampoco como un mesías o profeta. Buddha es un título en los antiguos idiomas pali y sánscrito, que significa "el que ha despertado". En el budismo este despertar  se refiere a las enseñanzas de Buda y de sus seguidores, las cuales nada tienen que ver con las revelaciones divinas o dogmas de fe que encontramos en el judaísmo, el cristianismo  y el islam. El único propósito de las enseñanzas budistas es la erradicación de todo sentimiento de insatisfacción o frustración en la vida. Insatisfacción o infelicidad cuya causa principal no sería otra que el anhelo ansioso de existir como consecuencia de las ilusiones derivadas de la ignorancia sobre la auténtica naturaleza de la existencia humana. Para eliminar este apego a la existencia el budismo desarrolla y prescribe numerosas prácticas de entrenamiento mental y emocional, la disciplina moral y el estudio. Cuando en el lenguaje corriente alguien amenaza con decir “cuatro verdades”, este recurso literario es un eco lejano de las cuatro verdades sapienciales en las que Buda condensó lo más importante de su pensamiento. Por ello me ha parecido pertinente recordarlas y cotejarlas con un breve comentario crítico.  

         VERDAD  PRIMERA. “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el dolor: el nacimiento es dolor, la vejez es dolor, la enfermedad es dolor, la muerte es dolor, la unión con los que no se quiere es dolor, es decir, el apego al cuerpo, a las sensaciones, a las representaciones, a las formaciones y a la conciencia”. Como se aprecia a simple vista, Buda describe en pocas palabras la condición dolorosa de la existencia humana. Como reza el aforismo español, en esta vida no hay rosas sin espinas. Los padres esperan ilusionados el nacimiento del hijo pero tienen que afrontar los dolores y molestias del embarazo y del parto. Y esto suponiendo que la criatura venga al mundo sana y sin anomalías genéticas. Luego vienen las enfermedades corporales, los odios, las guerras, la pobreza, las catástrofes naturales, las guerras y la muerte.

         Esta afirmación sapiencial de Buda, insisto, es una descripción sintética magistral de nuestra condición humana. La experiencia de la vida nos muestra una mezcla de satisfacciones y frustraciones profundas cuyo final en este mundo es siempre la muerte. Dicha experiencia dolorosa es común a toda la humanidad desde que el hombre existe y se refleja diversamente en las diversas culturas. Por otra parte cabe pensar que modernamente se ha conseguido paliar el sufrimiento existencial mediante la ciencia médica y el desarrollo económico mundial. Pero este progreso innegable no ha resuelto ni parece que vaya a resolver el problema de fondo, que es más profundo de lo que parece. Cada avance científico y paso adelante en las relaciones sociales conlleva la posibilidad proporcionada de causar mayor sufrimiento y frustración mediante las guerras modernas, las injusticias sociales y la violación de los derechos humanos fundamentales empezando por la vida. Sin olvidar los males y sufrimientos que proceden directamente de odio, las incomprensiones humanas y el desamor. El dicho español “todo nuestro gozo en un pozo” resume esta dramática situación existencial descrita en la primera verdad de Buda. Pero ¿por qué se produce el dolor? ¿Cuál es su causa principal según Buda?

         VERDAD  SEGUNDA. “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el origen del dolor: es la sed (de existir) que conduce de renacimiento en renacimiento, acompañado del placer y de la codicia, que encuentra aquí y allá su placer; la sed de los placeres, la sed de existencia, la sed de la impermanencia”.  Para Buda la causa principal de nuestras penas y dolores hay que buscarla en las ganas rabiosas de vivir y de disfrutar de los placeres de la vida. Nadie nos pidió permiso para traernos a la existencia pero, una vez que nos encontramos en ella sentimos un ansia insaciable de vivir lo más y mejor posible. Pero este deseo con el que todos nacemos es como un saco roto en el que toda la felicidad que echamos en él desaparece como un ratón por un agujero a donde jamás tienen acceso los gatos. Pues bien, ¿cómo salir de este callejón sin salida? Muerto el perro se acabó la rabia, reza el refrán. O también, el que no siente no padece. Hay que suprimir el dolor. ¿Cómo?

         VERDAD  TERCERA. “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre la supresión del dolor: la extinción de esta sed por el aniquilamiento completo del deseo, desterrando el deseo, renunciando a él, liberándose de él, no dejándole en su sitio”.  La solución propuesta por Buda al problema del dolor es contundente y radical. Ojos que no ven, corazón que no siente. Eliminando el deseo natural de vivir es obvio que desaparecen por completo los trabajos y penalidades anejas a la lucha por la vida en las circunstancia adversas. En esta verdad budista se propone como solución radical del problema del mal la renuncia a lo que en Occidente se denomina la lucha por la vida motivada por las ganas de vivir a cualquier precio. Nacemos con un hambre voraz de existir y Buda proponía matar esa hambre renunciando al deseo de existir. Pero la supresión del deseo natural de vivir no es cosa fácil de conseguir y de ahí la necesidad de someternos a un proceso de renuncias que es descrito en la cuarta verdad.

         VERDAD  CUARTA. “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el camino que conduce a la supresión del dolor: es el camino sagrado con ocho senderos que se llaman fe pura, voluntad pura, lenguaje puro, medios de existencia puros, aplicación pura, memoria pura y meditación pura”. Este método práctico para liberarnos del dolor es esencialmente un programa de moral en el que se supone que el dolor es la síntesis de todos los males que aquejan al hombre y la ética la fuente de solución de todos ellos.

         Según este célebre texto sapiencial budista, cuanto existe está sujeto al dolor debido a la mutabilidad y el proceso de envejecimiento. Nacimiento, senectud, enfermedad y muerte son los ingredientes inseparables de toda existencia humana. Por una u otra causa el dolor penetra toda nuestra vida en la cual, por muy bien que nos vayan las cosas, hemos de afrontar la implacabilidad de la muerte. La fuente del dolor es la sed de existencia ya que el deseo de vivir va acompañado siempre de esperanza y temor al mismo tiempo. Así las cosas, el único medio eficaz para alejar de nosotros el dolor es la supresión de todos los deseos hasta alcanzar el estado de imperturbabilidad o Nirvana. Y al Nirvana se llega purificando la inteligencia, la voluntad y los sentidos a lo cual hay que añadir los preceptos de no matar ni siquiera a los animales, no robar, no cometer adulterio, no mentir ni embriagarse. La sed o deseo de existir es la causa del dolor. Pero de dónde procede y cuál es su naturaleza? Buda responde con teoría de la causalidad que podía quedar formulada en estos términos: De la ignorancia proviene la experiencia; de la experiencia el conocimiento y del conocimiento el nombre y el cuerpo. Del nombre y el cuerpo los cinco sentidos externos y uno interno y de los cinco sentidos o dominios el contacto sensorial con los objetos. Del contacto, la sensación; de la sensación la sed existencial y de la sed existencial el apego a la existencia y de la existencia el nacimiento. Del nacimiento, la vejez, el dolor, la desesperación y la muerte.

         Como puede apreciarse, cada proposición es la base de la siguiente en sentido secuencial. Lo uno sigue a lo otro sin que se establezca una relación estricta de causa-efecto. Cada afirmación condiciona la siguiente. Suprimida la ignorancia como primer eslabón de la cadena desaparecería el dolor existencial. La ignorancia es entendida así como una especie de categoría ontológica universal. Pero conviene no exagerar el presunto sentido ontológico causal de esa ignorancia como categoría metafísica. Cuando en el lenguaje popular se dice, por ejemplo, “si yo hubiese sabido esto no hubiese hecho aquello” atribuimos a la ignorancia un sentido causal, sin duda, pero no metafísico sino psicológico o moral.

         Lo que literalmente se quiere significar con esta teoría es que el ser del hombre proviene de su conducta anterior. Refleja además una experiencia triste de la vida. La existencia humana es siempre dura y cabe suponer con fundamento que en los tiempos de Buda lo fue mucho más que ahora. Entonces como ahora la muerte termina tronchando todas las ilusiones. Pero ocurre porque nacemos empeñados en vivir a cualquier precio. El llegar a ser lo que somos es posible porque alimentamos en nosotros el fuego de la existencia mediante los deseos provocados por las sensaciones, las cuales nos comunican con el mundo exterior a través de los sentidos. Somos individuos que al enfrentarnos con el no-yo los sentidos se ponen en marcha. Y somos individuos también porque poseemos una conciencia preñada con la idea de nuestra propia personalidad. Conciencia que está hecha así gracias a nuestras experiencias antiguas, las cuales han infectado nuestra conciencia. Aquí cabe recordar el dicho popular de que ojos que no ven corazón que siente. Pero este empeño budista en matar el deseo de existir, por más que la existencia humana sea siempre dolorosa, ¿conduce a algo que valga la pena conquistar?  La respuesta budista, por extraño que parezca. Veamos cómo y de qué manera.

         El hombre, según el budismo, aparece en el cuarto eslabón de la cadena existencial. Surge de la unión de un elemento cognoscitivo y del cuerpo evolucionado hasta llegar a su plena actividad consciente. Es entonces cuando nace en él un hambre voraz de existir dando lugar al proceso vital que supone la tragedia de nacer, envejecer y morir. Por si esto fuera poco, después de la muerte los que no pudieron liberarse del deseo de existir son condenados a una existencia nueva con nuevos nacimientos, decrepitud y muerte. El hombre es descrito en clave de cuerpo y alma como partes esenciales pero como formaciones o realidades transitorias. El cuerpo es un conjunto de formaciones y el alma un acerbo de representaciones sin sujeto de inhesión. De todos modos, el fin inmediato del hombre es liberarse del dolor con la extinción de nuevas natividades matando todo deseo de existir. El hombre, una vez muerto, o queda inmerso en el Nirvana o renace a otra nueva existencia mediante sucesivas reencarnaciones  lo cual no es deseable. El Nirvana pues es el fin último del hombre. Ambos fines, el inmediato, que es suprimir el dolor, y el último, que es la inmersión en el Nirvana, configuran la ética budista y marcan los criterios para discernir entre el bien y el mal. Los medios para alcanzar estos fines son los preceptos morales de carácter humano y materialista. Es bueno lo que la naturaleza humana considera eficaz para liberarse del dolor y malo todo cuanto resulta ineficaz en la lucha contra el dolor.

         De acuerdo con este paradigma se establecen después las obligaciones para con los demás y para con uno mismo. Los preceptos morales relativos a los demás se basan en la igualdad de todos los hombres contra el estatuto de clases sociales establecido por los brahamanes. Según el budismo, el privilegiado brahaman nace de la mujer como todo hijo de su madre, y el único criterio de autoridad es la virtud. En consecuencia, los hombres deben ser benévolos desterrando el odio contra el enemigo, devolviendo bien por mal, largueza por avaricia, verdad por mentira y ayudando a  los indigentes. Esto en general. Más en concreto cabe destacar los preceptos de no matar a hombres ni animales (respeto a toda vida); no robar ni desear la mujer ajena (sentido de la justicia); no mentir ni ingerir bebidas embriagantes (sentido de la verdad y de la libertad personal). Los preceptos morales individuales suponen los anteriores y conducen inmediatamente al Nirvâna. Al igual que en el brahamanismo, se llega a esa meta mediante la vida monástica, la meditación frecuente sobre el dolor humano, las mortificaciones corporales y otros ejercicios ascéticos que el budismo fue haciendo suyos. Nirvana es el concepto que corona todo el sistema doctrinal budista. Es muy ambiguo y refractario al análisis. Cuando el hombre llega al umbral de la muerte sin pretensiones existenciales se sumerge en el Nirvana que literalmente significa extinción y desnudez. Estas dos cualidades en el brahamanismo tienen lugar cuando el alma individual se funde en el alma universal. En el budismo el nirvana es considerado como término y punto final de las reencarnaciones.

         Teniendo en cuenta que en el budismo no hay propiamente hablando un sujeto supremo de sustentación cabe pensar que la idea de Nirvana implica la extinción total de los deseos. De hecho Buda no explicó cómo se encontrará el alma en su estado nirvánico y su doctrina general induce a pensar en la total extinción. Hay pasajes en los que Buda niega el Yo sustancial y de rechazo a Dios como ser personal y al alma inmortal. Buda se sirve del símil del fuego y dice que, así como éste se apaga sin combustible, el hombre que no alimenta el fuego de la pasión no sufrirá más reencarnaciones y su vida se apagará.

         Según esta explicación, el Nirvana sería el resultado de la extinción y supresión de todo pensamiento, de toda voluntad y de toda sensación originándose un estado de absoluta y total imperturbabilidad. Sería el estado del que ya ni peca ni padece. O, como se dice vulgarmente, ni siente ni padece. El Nirvana puede definirse también de forma negativa diciendo lo que no es y así se dice que no es ni cesación, ni destrucción, ni encubrimiento, ni salvación, ni redención ni paz. Es simplemente un estado de absoluta y total imperturbabilidad en la que consistiría la felicidad suprema del hombre más allá de las aniquilaciones previas. En cualquier caso cabe destacar que el Nirvana no es un concepto metafísico sino una mística o método de superación del dolor humano.

         Para terminar este breve discurso sobre las famosas cuatro verdades de Buda me parece oportuno añadir las siguientes observaciones. En primer lugar Buda no fue un líder religioso ni el budismo original una religión. Se trata de un pensador y una forma filosófica peculiar de afrontar los sufrimientos de esta vida para alcanzar la felicidad. Pero a lo largo de los siglos el budismo ha recibido la influencia del cristianismo y de la civilización occidental de cuño judeo-cristiano y el budismo clásico original se ha enriquecido con la reflexión filosófica y teológica de Occidente acerca de la existencia del dolor que lleva consigo el mero hecho de existir. En el budismo original, en cambio, el problema de Dios como presupuesto esencial de las religiones occidentales no se plantea para nada y lo único que se trata de hacer es encontrar la forma de llevar una vida lo más placentera posible combatiendo el dolor desde sus raíces existenciales.                 Otra observación importante es la afinidad del estado de nirvana propuesto por el budismo clásico y la ataraxia de los estoicos griegos. En ambos casos se pretende lograr un control absoluto de nuestros deseos ciegos y de las emociones hasta alcanzar un grado satisfactorio de imperturbabilidad existencial. Y para lograrlo, nada mejor que el seguimiento de una moral rígida y la represión racional de los sentimientos perturbadores. En el caso de los estoicos griegos, ante la rebeldía de los sentimientos y emociones frente al imperio de la razón, quedaba siempre la alternativa del suicidio como última solución para dejar de penar y sufrir en este mundo. La imperturbabilidad budista, en cambio, parece tratarse más bien de un suicidio psicológico mediante la extinción total de la ansiedad dolorosa que lleva consigo el deseo por vivir y la lucha por la vida. Sería muy largo seguir hablando sobre el dolor humano y las diversas formas de afrontarlo en las diversas culturas. Por ello me parece más práctico limitarme a recordar la forma en que dicho problema se resuelve en la teología cristiana.

 

         El punto de referencia para afrontar el problema con realismo y dignidad humana es, de acuerdo con mi experiencia personal y profesional, la forma en que Cristo afrontó los dolores y padecimientos en este mundo venciendo a la muerte con la resurrección. Lo cual fue posible porque no huyó de los avatares de la vida, como los budistas y estoicos, sino que la amó y luchó amorosamente por ella hasta la muerte. En medio de sus penas y sufrimientos Dios le consoló y le correspondió con la resurrección para una vida nueva, feliz e imperecedera fuera del espacio y del tiempo. El tema es fascinante y lo he tratado con detención en otras ocasiones. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.