LAS CUATRO VERDADES BUDISTAS
lunes, 13 de enero de 2014
sábado, 11 de enero de 2014
LAS CUATRO VERDADES DE BUDA
LAS CUATRO VERDADES BUDISTAS
El
budismo es una filosofía
peculiar desarrollada en el norte de la India por Siddharta Gautama,
conocido como el Buda, alrededor del siglo V
antes de Cristo. Buda no es considerado bajo ningún aspecto como un dios. Tampoco como un mesías o profeta. Buddha es un
título en los antiguos idiomas pali y sánscrito, que significa "el que ha despertado".
En el budismo este despertar se refiere
a las enseñanzas de Buda y de sus seguidores, las cuales nada tienen que ver
con las revelaciones divinas o dogmas de fe que encontramos en el judaísmo, el
cristianismo y el islam. El único
propósito de las enseñanzas budistas es la erradicación de todo sentimiento de insatisfacción
o frustración en la vida. Insatisfacción o infelicidad cuya causa principal no
sería otra que el anhelo ansioso de existir como consecuencia de las ilusiones
derivadas de la ignorancia sobre la auténtica naturaleza de la existencia
humana. Para eliminar este apego a la existencia el budismo desarrolla y
prescribe numerosas prácticas de entrenamiento mental y emocional, la disciplina
moral y el estudio. Cuando en el lenguaje corriente alguien amenaza con decir
“cuatro verdades”, este recurso literario es un eco lejano de las cuatro
verdades sapienciales en las que Buda condensó lo más importante de su
pensamiento. Por ello me ha parecido pertinente recordarlas y cotejarlas con un
breve comentario crítico.
VERDAD
PRIMERA. “He aquí, oh monjes,
la verdad sagrada sobre el dolor: el nacimiento es dolor, la vejez es
dolor, la enfermedad es dolor, la muerte es dolor, la unión con los que no se
quiere es dolor, es decir, el apego al cuerpo, a las sensaciones, a las
representaciones, a las formaciones y a la conciencia”. Como se aprecia a
simple vista, Buda describe en pocas palabras la condición dolorosa de la
existencia humana. Como reza el aforismo español, en esta vida no hay rosas sin
espinas. Los padres esperan ilusionados el nacimiento del hijo pero tienen que
afrontar los dolores y molestias del embarazo y del parto. Y esto suponiendo
que la criatura venga al mundo sana y sin anomalías genéticas. Luego vienen las
enfermedades corporales, los odios, las guerras, la pobreza, las catástrofes
naturales, las guerras y la muerte.
Esta afirmación sapiencial de Buda, insisto, es una
descripción sintética magistral de nuestra condición humana. La experiencia de
la vida nos muestra una mezcla de satisfacciones y frustraciones profundas cuyo
final en este mundo es siempre la muerte. Dicha experiencia dolorosa es común a
toda la humanidad desde que el hombre existe y se refleja diversamente en las
diversas culturas. Por otra parte cabe pensar que modernamente se ha conseguido
paliar el sufrimiento existencial mediante la ciencia médica y el desarrollo
económico mundial. Pero este progreso innegable no ha resuelto ni parece que
vaya a resolver el problema de fondo, que es más profundo de lo que parece.
Cada avance científico y paso adelante en las relaciones sociales conlleva la
posibilidad proporcionada de causar mayor sufrimiento y frustración mediante
las guerras modernas, las injusticias sociales y la violación de los derechos
humanos fundamentales empezando por la vida. Sin olvidar los males y
sufrimientos que proceden directamente de odio, las incomprensiones humanas y
el desamor. El dicho español “todo nuestro gozo en un
pozo” resume esta dramática situación existencial descrita en la primera verdad
de Buda. Pero ¿por qué se produce el dolor? ¿Cuál es su causa principal según
Buda?
VERDAD SEGUNDA. “He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el origen
del dolor: es la sed (de existir) que conduce de renacimiento en
renacimiento, acompañado del placer y de la codicia, que encuentra aquí y allá
su placer; la sed de los placeres, la sed de existencia, la sed de la
impermanencia”. Para Buda la causa
principal de nuestras penas y dolores hay que buscarla en las ganas rabiosas de
vivir y de disfrutar de los placeres de la vida. Nadie nos pidió permiso para
traernos a la existencia pero, una vez que nos encontramos en ella sentimos un
ansia insaciable de vivir lo más y mejor posible. Pero este deseo con el que
todos nacemos es como un saco roto en el que toda la felicidad que echamos en
él desaparece como un ratón por un agujero a donde jamás tienen acceso los
gatos. Pues bien, ¿cómo salir de este callejón sin salida? Muerto el perro se
acabó la rabia, reza el refrán. O también, el que no siente no padece. Hay que
suprimir el dolor. ¿Cómo?
VERDAD TERCERA.
“He aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre la supresión del dolor: la
extinción de esta sed por el aniquilamiento completo del deseo, desterrando el
deseo, renunciando a él, liberándose de él, no dejándole en su sitio”. La solución propuesta por Buda al problema del
dolor es contundente y radical. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Eliminando el deseo natural de vivir es obvio que desaparecen por completo los
trabajos y penalidades anejas a la lucha por la vida en las circunstancia
adversas. En esta verdad budista se
propone como solución radical del problema del mal la renuncia a lo que en
Occidente se denomina la lucha por la vida motivada por las ganas de vivir a
cualquier precio. Nacemos con un hambre voraz de existir y Buda proponía matar
esa hambre renunciando al deseo de existir. Pero la
supresión del deseo natural de vivir no es cosa fácil de conseguir y de ahí la
necesidad de someternos a un proceso de renuncias que es descrito en la cuarta
verdad.
VERDAD CUARTA. “He
aquí, oh monjes, la verdad sagrada sobre el camino que conduce a la supresión
del dolor: es el camino sagrado con ocho senderos que se llaman fe pura,
voluntad pura, lenguaje puro, medios de existencia puros, aplicación pura,
memoria pura y meditación pura”. Este método práctico para liberarnos del dolor
es esencialmente un programa de moral en el que se supone que el dolor es la
síntesis de todos los males que aquejan al hombre y la ética la fuente de
solución de todos ellos.
Según este célebre texto sapiencial budista, cuanto
existe está sujeto al dolor debido a la mutabilidad y el proceso de
envejecimiento. Nacimiento, senectud, enfermedad y muerte son los ingredientes
inseparables de toda existencia humana. Por una u otra causa el dolor penetra
toda nuestra vida en la cual, por muy bien que nos vayan las cosas, hemos de
afrontar la implacabilidad de la muerte. La fuente del dolor es la sed de
existencia ya que el deseo de vivir va acompañado siempre de esperanza y temor
al mismo tiempo. Así las cosas, el único medio eficaz para alejar de nosotros
el dolor es la supresión de todos los deseos hasta alcanzar el estado de
imperturbabilidad o Nirvana. Y al Nirvana se llega purificando la inteligencia,
la voluntad y los sentidos a lo cual hay que añadir los preceptos de no matar
ni siquiera a los animales, no robar, no cometer adulterio, no mentir ni
embriagarse. La sed o deseo de existir es la causa del dolor. Pero de dónde
procede y cuál es su naturaleza? Buda responde con teoría de la causalidad que
podía quedar formulada en estos términos: De la ignorancia proviene la
experiencia; de la experiencia el conocimiento y del conocimiento el nombre y
el cuerpo. Del nombre y el cuerpo los cinco sentidos externos y uno interno y de
los cinco sentidos o dominios el contacto sensorial con los objetos. Del
contacto, la sensación; de la sensación la sed existencial y de la sed
existencial el apego a la existencia y de la existencia el nacimiento. Del
nacimiento, la vejez, el dolor, la desesperación y la muerte.
Como puede apreciarse, cada proposición
es la base de la siguiente en sentido secuencial. Lo uno sigue a lo otro sin
que se establezca una relación estricta de causa-efecto. Cada afirmación
condiciona la siguiente. Suprimida la ignorancia como primer eslabón de la
cadena desaparecería el dolor existencial.
La ignorancia es entendida así como una especie de categoría ontológica
universal. Pero conviene no exagerar
el presunto sentido ontológico causal de esa ignorancia como categoría
metafísica. Cuando en el lenguaje popular se dice, por ejemplo, “si yo hubiese
sabido esto no hubiese hecho aquello” atribuimos a la ignorancia un sentido
causal, sin duda, pero no metafísico sino psicológico o moral.
Lo que literalmente se quiere
significar con esta teoría es que el ser del hombre proviene de su conducta
anterior. Refleja además una experiencia triste de la vida. La existencia
humana es siempre dura y cabe suponer con fundamento que en los tiempos de Buda
lo fue mucho más que ahora. Entonces como ahora la muerte termina tronchando
todas las ilusiones. Pero ocurre porque nacemos empeñados en vivir a cualquier
precio. El llegar a ser lo que somos es posible porque alimentamos en nosotros
el fuego de la existencia mediante los deseos provocados por las sensaciones,
las cuales nos comunican con el mundo exterior a través de los sentidos. Somos
individuos que al enfrentarnos con el no-yo los sentidos se ponen en marcha. Y
somos individuos también porque poseemos una conciencia preñada con la idea de
nuestra propia personalidad. Conciencia que está hecha así gracias a nuestras
experiencias antiguas, las cuales han infectado nuestra conciencia. Aquí cabe
recordar el dicho popular de que ojos que no ven corazón que siente. Pero este
empeño budista en matar el deseo de existir, por más que la existencia humana
sea siempre dolorosa, ¿conduce a algo que valga la pena conquistar? La respuesta budista, por extraño que
parezca. Veamos cómo y de qué manera.
El hombre, según el budismo, aparece en el cuarto
eslabón de la cadena existencial. Surge de la unión de un elemento cognoscitivo
y del cuerpo evolucionado hasta llegar a su plena actividad consciente. Es
entonces cuando nace en él un hambre voraz de existir dando lugar al proceso
vital que supone la tragedia de nacer, envejecer y morir. Por si esto fuera
poco, después de la muerte los que no pudieron liberarse del deseo de existir
son condenados a una existencia nueva con nuevos nacimientos, decrepitud y
muerte. El hombre es descrito en clave de cuerpo y alma como partes esenciales
pero como formaciones o realidades transitorias. El cuerpo es un conjunto de
formaciones y el alma un acerbo de representaciones sin sujeto de inhesión. De
todos modos, el fin inmediato del hombre es liberarse del dolor con la
extinción de nuevas natividades matando todo deseo de existir. El hombre, una
vez muerto, o queda inmerso en el Nirvana o renace a otra nueva existencia
mediante sucesivas reencarnaciones lo
cual no es deseable. El Nirvana pues es el fin último del hombre. Ambos fines,
el inmediato, que es suprimir el dolor, y el último, que es la inmersión en el
Nirvana, configuran la ética budista y marcan los criterios para discernir
entre el bien y el mal. Los medios para alcanzar estos fines son los preceptos
morales de carácter humano y materialista. Es bueno lo que la naturaleza humana
considera eficaz para liberarse del dolor y malo todo cuanto resulta ineficaz
en la lucha contra el dolor.
De acuerdo con este paradigma se
establecen después las obligaciones para con los demás y para con uno mismo.
Los preceptos morales relativos a los demás se basan en la igualdad de todos
los hombres contra el estatuto de clases sociales establecido por los
brahamanes. Según el budismo, el privilegiado brahaman nace de la mujer como
todo hijo de su madre, y el único criterio de autoridad es la virtud. En
consecuencia, los hombres deben ser benévolos desterrando el odio contra el
enemigo, devolviendo bien por mal, largueza por avaricia, verdad por mentira y
ayudando a los indigentes. Esto en
general. Más en concreto cabe destacar los preceptos de no matar a hombres ni
animales (respeto a toda vida); no robar ni desear la mujer ajena (sentido de
la justicia); no mentir ni ingerir bebidas embriagantes (sentido de la verdad y
de la libertad personal). Los preceptos morales individuales suponen los
anteriores y conducen inmediatamente al Nirvâna. Al igual que en el
brahamanismo, se llega a esa meta mediante la vida monástica, la meditación
frecuente sobre el dolor humano, las mortificaciones corporales y otros
ejercicios ascéticos que el budismo fue haciendo suyos. Nirvana es el concepto
que corona todo el sistema doctrinal budista. Es muy ambiguo y refractario al
análisis. Cuando el hombre llega al umbral de la muerte sin pretensiones
existenciales se sumerge en el Nirvana que literalmente significa extinción y desnudez. Estas dos
cualidades en el brahamanismo tienen lugar cuando el alma individual se funde
en el alma universal. En el budismo el nirvana es considerado como término y
punto final de las reencarnaciones.
Teniendo en cuenta que en el budismo no
hay propiamente hablando un sujeto supremo de sustentación cabe pensar que la
idea de Nirvana implica la extinción total de los deseos. De hecho Buda no
explicó cómo se encontrará el alma en su estado nirvánico y su doctrina general
induce a pensar en la total extinción. Hay pasajes en los que Buda niega el Yo
sustancial y de rechazo a Dios como ser personal y al alma inmortal. Buda se
sirve del símil del fuego y dice que, así como éste se apaga sin combustible,
el hombre que no alimenta el fuego de la pasión no sufrirá más reencarnaciones
y su vida se apagará.
Según esta explicación, el Nirvana
sería el resultado de la extinción y supresión de todo pensamiento, de toda
voluntad y de toda sensación originándose un estado de absoluta y total
imperturbabilidad. Sería el estado del que ya ni peca ni padece. O, como se
dice vulgarmente, ni siente ni padece. El Nirvana puede definirse también de
forma negativa diciendo lo que no es y así se dice que no es ni cesación, ni
destrucción, ni encubrimiento, ni salvación, ni redención ni paz. Es
simplemente un estado de absoluta y total
imperturbabilidad en la que consistiría la felicidad suprema del hombre más
allá de las aniquilaciones previas. En cualquier caso cabe destacar que el
Nirvana no es un concepto metafísico sino una mística o método de superación
del dolor humano.
Para terminar este breve discurso sobre
las famosas cuatro verdades de Buda me parece oportuno añadir las siguientes
observaciones. En primer lugar Buda no fue un líder religioso ni el budismo
original una religión. Se trata de un pensador y una forma filosófica peculiar
de afrontar los sufrimientos de esta vida para alcanzar la felicidad. Pero a lo
largo de los siglos el budismo ha recibido la influencia del cristianismo y de
la civilización occidental de cuño judeo-cristiano y el budismo clásico
original se ha enriquecido con la reflexión filosófica y teológica de Occidente
acerca de la existencia del dolor que lleva consigo el mero hecho de existir.
En el budismo original, en cambio, el problema de Dios como presupuesto
esencial de las religiones occidentales no se plantea para nada y lo único que
se trata de hacer es encontrar la forma de llevar una vida lo más placentera
posible combatiendo el dolor desde sus raíces existenciales. Otra
observación importante es la afinidad del estado de nirvana propuesto por el
budismo clásico y la ataraxia de los estoicos griegos. En ambos casos se
pretende lograr un control absoluto de nuestros deseos ciegos y de las
emociones hasta alcanzar un grado satisfactorio de imperturbabilidad
existencial. Y para lograrlo, nada mejor que el seguimiento de una moral rígida
y la represión racional de los sentimientos perturbadores. En el caso de los
estoicos griegos, ante la rebeldía de los sentimientos y emociones frente al
imperio de la razón, quedaba siempre la alternativa del suicidio como última
solución para dejar de penar y sufrir en este mundo. La imperturbabilidad
budista, en cambio, parece tratarse más bien de un suicidio psicológico
mediante la extinción total de la ansiedad dolorosa que lleva consigo el deseo
por vivir y la lucha por la vida. Sería muy largo seguir hablando sobre el
dolor humano y las diversas formas de afrontarlo en las diversas culturas. Por
ello me parece más práctico limitarme a recordar la forma en que dicho problema
se resuelve en la teología cristiana.
El punto de referencia para afrontar el
problema con realismo y dignidad humana es, de acuerdo con mi experiencia
personal y profesional, la forma en que Cristo afrontó los dolores y
padecimientos en este mundo venciendo a la muerte con la resurrección. Lo cual
fue posible porque no huyó de los avatares de la vida, como los budistas y
estoicos, sino que la amó y luchó amorosamente por ella hasta la muerte. En
medio de sus penas y sufrimientos Dios le consoló y le correspondió con la
resurrección para una vida nueva, feliz e imperecedera fuera del espacio y del
tiempo. El tema es fascinante y lo he tratado con detención en otras ocasiones.
NICETO BLÁZQUEZ, O.P.
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